martes, 8 de junio de 2010

Nuestras adorables mascotas.




No se habían puesto de acuerdo todavía.

-"Hoy te toca a vos"
-"No, ayer me tocaba a mí, hoy es tu turno"
-"Pero yo lo hice dos días seguidos antes de eso, dale, te toca a vos"

Era el tiempo de darle de comer a la bestia.

Era algo a lo cual todos en la casa desde siempre habían estado acostumbrados, desde muy pequeños, y no causaba la menor impresión, no, para nada, en absoluto, de ninguna manera, rotundamente...NO.
Cada martes, viernes y domingo, alguno de la familia tenía que alimentarlo, era necesario, desde que el abuelo vino de ese país extraviado, (Creo de hecho que ya ni siquiera existe, se lo ha tragado el mar o algo de eso) la bestia era parte de la familia y venía con el paisaje, la ganaron en una rifa, bah.

Desde chiquitos todos en algún momento eran obligados a bajar al subsuelo donde estaba encadenada y tirarle latas de aluminio, un televisor viejo, cascaras de banana o algun otro delicioso canapé para tenerlo contento, era, de todas las actividades rutinarias, una más.

Quienes discutían eran los dos hermanos menores de una larga estirpe de técnicos petroquímicos, todos sus hermanos mayores ya habian abandonado el seno de la casa paterna para emprender sus vidas, uno consiguió laburo en un circo, como hombre bala y ya se había ganado un lugar destacado en la primera plana de la antropobalística internacional, la otra, decidió abandonar su trabajo de tatuadora para ir a vivir junto a las amazonas y realizar breves aunque violentas incursiones al territorio de los jíbaros en el corazón del Himalaya alimentando una guerra que se remonta a tiempos inmemoriales, otro de los hermanos no fue tan afortnado: perdió su hígado en una apuesta acerca de si una tiza se partía en 3 o más pedazos al caer y desde entonces es un alma en pena flotando en el océano sin poder morir pues ni el cielo, ni el infierno lo quieren aceptar sin un hígado y el patovica del purgatorio lo detesta por haberle meado los pantalones, pobrecito, en fin... no fue su culpa, ¿Quién iba a saber que ESA tiza en particular tenía un 18% más de carbonato de calcio.

Bodoque y Adoquín, los dos hermanos menores eran entonces, los mimados de papi y mami, los adoraban por encima de todas las cosas, más que a los campos dorados de espigas de trigo y que a las varillas de hierro que venían dentro de las cortinas, (que en última instancia la cultura popular les atribuyó la virtud de ser útiles para rascarse el medio de la espalda) y eso es, amigos míos, decir que los querían mucho.

Como fuere...

Pasó un día en el que papi y mami salieron de paseo, fundamentalmente porque el horno no estaba para bollos y así era inconcebible tomarse unos mates, el mate sin los bollos, o masitas o cualquiera de sus variantes recordaba inexorablemente a la mishiadura y las carencias de los tiempos de guerra civil entre jíbaros y mongoles, por supuesto eso fue antes de que las amazonas tuvieran un peso sociopolítico considerable, así que ni lentos ni perezosos, se embarcaron en una cruzada, una odisea, una epopeya hacia la tierra en la cual los árboles de hornos brotan de la tierra con la ilusión de apropiarse de un horno que fuere apto para bollos, masitas o cualquiera de sus variantes; el más hermoso de los hornos para los más hermosos de los bollos, masitas, o cualquiera de sus variantes, o al menos unos que fueran más bonitos que los del vecino.


A todo esto y en otro punto de la ciudad, la querida bestia tenía que comer, y los hermanos no se ponían todavía de acuerdo.

"Está bien" Accedió Adoquín no sin refunfuñar y luego de que Bodoque lo sacara de la bañadera con hormigón en la cual lo tuvo sumergido dos horas y media, casi casi tres.

Fue a la cocina y levantó una pesada bolsa en la cual una cinta de papel engomado rezaba "DOMINGO" y que en su interior llevaba los restos de lo que algunos juran era una maqueta de un barco, algunos otros afirman que era una pieza de arte moderno pero que, en honor a la verdad, debo confesarles que era un gazebo.

Descendio por la escalera a las profundidades de la tierra, es decir, unos diez metros hasta que la luz se desvaneció.

Siguió descendiendo más y más, aún en la penumbra avanzaba seguro, el camino ensortijado de la escalera se había grabado entre las circunvoluciones de su neocortex.

Hasta que al fin lo que se esperaba, con extraordinaria lentitud, insoportablemente paulatina, la luz comenzó a volver, al igual que siempre al principio no bastaba ni para distinguir los dedos de la mano, pero que no obstante, lejana y difusa nos hacía saber de que allí estaba, como siempre.
Al seguir bajando, la luz se intensificaba levemente, hasta que un escalón maúlla de flojo y la bestia sabe, al final, que estamos ahí, su alegría dispara violentamente la lumbre que se halllaba contenida.
Era tan solo un milisegundo, no había de qué preocuparse, en que el destello, o una mera fracción del mismo, hubiera bastado para desintegrar el universo por completo, para engullirse a las galaxias y todo lo que las rodea, para colapsar los agujeros negros del mismo modo en que un maremoto colapsa una casita de naipes, no hay modo preciso de saberlo, pero si de alguna manera esto hubiera ocurrido extramuros, digamos... en el patio trasero de casa, bajo el mandarinero posiblemente, a la gente de los universos paralelos se les habría incendiado la piel cuanto mínimo.
Se ponía contento el bichito, que divino que es, pensaba Adoquín quien jugueteó un rato con él, que se regocija extasiado, ahí en el centro donde hace calorcito; siempre cuidando de no mirarlo directamente a los ojos, pues esto hacía que el pobre o la pobre desafortunada que en tal falta incurriera caiga de inmediato en cuenta de su mayor defecto, sea cual sea el que anule su fundamento ontológico y fuerce una contradicción existencial, que dividía a ese ser en dos mitades irreconciliables, cada cual ubicada en un extremo de esa oposición polar y que claro está no podían coexistir en el mismo objeto físico (Esto era especialmente curioso en el caso de los objetos inanimados, el abuelo dijo una vez que un jarrón con unos ojos pintados fue expuesto a la mirada de la bestia: una parte comprendió que su destino era su funcionalidad y se avocó a ser un extraordinario florero, mientras la otra tenía muy claro que su destino era devenir en obra de arte, por lo cual cobró la forma de una estatua de mármol que ahora adorna el living del nono)

De un evento de estos habían nacido Bodoque y Adoquin, que claro está, nunca lograban ponerse de acuerdo en, fundamentalmente, nada.

Adoquín dió el apetitoso alimento a la mascotita y desanduvo toda la escalera hasta emerger a la superficie nuevamente.

Al volver a la cocina, de pronto se sintió agotado, sólo le interesaba tirarse un rato en la cama.

-"Vení -dijo Bodoque- vamos a tomar unos mates"
-"No me molestes" respondió Adoquín irritado

Encima que estaba cansado, el desubicado de su hermano quería tomar mates sin bollos...


¡Que aberración!