lunes, 25 de julio de 2011

Una visita

(Inspirado originalmente en una canción de Estelares)


Ese momento preciso del caer de las primeras luces del alba siempre, en toda fracción tiempo que corresponda al pasado (y en toda aquella que tan solo pueda situarse en el futuro) resulta el más particular de los espectáculos: Todo cuanto vemos de día, con toda su burda forma de existir, aparece por este fugaz momento alumbrado por las porosas luces de otros candiles, esbozado del mas delicioso modo por otros pinceles, pinceles más sutiles, ahogados de filigranas.

Contemplar el nacimiento de las sombras, y de las luces como recortes entre estas , la retirada de la noche densa, barrida por una herrumbrada aurora, un par de nubes que se incendian, y la ciudad...


Esa ciudad que de a poco atraviesa en reversa las fases de su letargo y en contra de su voluntad, va despertandose en capas.

Las mañanas han colmado ese espacio, siempre tan fascinantes, pero más aún cuando las noches de silencio, y solo de silencio, pueden sentirse hechas

Y ninguna noche, mis amigos, pudo haber contenido más silencios que aquella.


Nadie puede negar que aquella noche pasó que una parte nuestra decidió abandonarnos, tan de repente y en forma tan fría que se sintió claramente cómo algo, tal vez el último fragmento de eso que llaman felicidad, se desmoronaba crujiendo dentro del pecho. Y sus pedazos sueltos rasgaban agitandose hasta roer las venas.

A medida que las estrellas se apagan veo tu cara, veo muy lejos en tus ojos...

Mi amiga, ¡Oh! Amiga mía, ¿qué veo cuando te veo ahora? ¿Qué siento cuando te siento ahora?


Me acuerdo aterrado, como buscando refugio entre el hielo, de otros tiempos; de algunos raros tiempos con la perversa sensación de haberse desligado de todo correlato en la cronología de los hombres, quizás extrañamente cercanos por no lograr, pese al sacrificio, recordar nada entre aquello acaecido y lo que nos ha llevado hasta el día de hoy, quizás obra de una burlona fantasía, de una involuntaria ficción de la mente, pero definitivamente de otras vidas, vidas que parecen arrancados de las páginas de un libro sin nombre y con las páginas desnudas, olvidadas hasta el punto de parecer ajenas, en los cuales algunas de estas horas, estas mismísimas horas no nos envolvían con su frío, sino que servían tan solo para poder reír, parir de los labios una risa espontánea e interminable, para tocar esa música. En aquellos tiempos solíamos tener la seguridad plena de sabernos absolutamente equivocados ¿Y sabés que, querida amiga? No nos importaba en lo más mínimo.

Podíamos hasta barrer el piso con nuestras caras, como algo habitual. Como algo debido.

Y te miro ahora, miro esas manos... lo único que alcanzamos tocar es tal vez un respiro, hondo y ahogado, suave casi como un estertor mientras atravesamos el ventanal con la mirada, tomar un respiro, sí, oscuro y con el germen de un sollozo, mientras el pulso del tiempo late a través de nosotros haciendo creer que todo yace inerte alrededor, irremediablemente perdido.

De pronto un parpadeo.

La ciudad viene con sus ruidos, como es inevitable: desde la calma absoluta que en el principio dolía ahora se oyen algunas pocas y desafinadas bocinas a la distancia, algunos murmullos de quien pasa, la presencia de otras formas de vida se muestra inminente: los vecinos encendieron la radio.

Y sin embargo todavía el silencio, todavía el vacío de pensar que nunca más de tu boca saldrá ninguna palabra.

De pronto: un parpadeo.

No recuerdo como llegué a esta silla, solo sé que vine a visitarte como tantas otras veces y nos quedamos mirando por la ventana sin decir nada por una hora, o por dos... o por ciento cincuenta años quizás, no sabría discernir la diferencia.

Podría quedarme así para siempre, sin dormir, sin comer, y aun así no morir ¿cuanto más se puede acaso morir luego de esto?

Morir y seguir enloqueciendo aún después de muerto.

Sólo recuerdo ese infame momento en que mi cuerpo y este asiento quedaron ligados para siempre, indisolubles. Fue el momento exacto en que tus ojos me vieron así, tan golpeados como de ahora en más van a mirar por siempre; esos ojos tan vivos, ahora tan muertos, esos ojos armados con piezas rotas... Recuerdo quedar petrificado, convertido en una cáscara de polvo que sabe irrevocablemente que pronto soplará la brisa.

Ha muerto algo en tus adentros, y se ha llevado a algo en mí.

Ahora quizás sirva para quedar tan quieto como tu misma persona, y permanecer callado para ver pasar las lunas y los soles, y todos los astros en una sopa homogénea y gris enchastrando el cielo... y extrañar.

Sentir apagarse de un soplo todo el cosmos

¿Quién te ha matado aunque respires?

De pronto un parpadeo.

Extrañar algún terrible viaje, a las fauces mismas del infinito, ida y vuelta, frente a esta ventana que reemplaza ya mis ojos.

Haber llegado corriendo para nunca más tener que irme, por más que quieran llevarme, de tanto permanecer quietos nos envuelven las telarañas, nos aprietan con sus hilos.

Muy lentamente nos comen, por la mañana. Esta enorme mañana de cualquier hora.

Hace de pronto tanto frío.

Finalmente, un parpadeo.