martes, 25 de enero de 2011

Nosotros

(Dedicado a Nicolás Domínguez Frasquet)

A veces, con frecuencia -y esto es más frecuencia de la que uno puede voluntariamente percatarse-, cuando las preocupaciones de pronto se disipan, y también muy por el contrario cuando se aglutinan para hacerse densas; tal vez por la fuerza de los sabios e inextricables mecanismos del instinto, o quizás también por la bella simplicidad de la inercia, la mirada se entumece sobre lo primero que se tiene a mano, y algo familiarmente extraño suele ocurrir: Todos sabemos como es... la mente se dilata hasta más allá de la frontera de la percepción, la visión estereoscópica comienza a diluirse, se cruzan los ojos, se mezclan las siluetas... el mundo entero se desdibuja.
Y así, sin advertencia alguna de ningún tipo, en el momento preciso en que el mundo guarda silencio y quietud, se dispara un sentido extraordinario: el que anula al resto de los sentidos.

Dura apenas por unos segundos, no precisa de más tiempo que para hacerse presente, es entonces y solo entonces que comienzan a borrarse las fronteras: Desde dentro de los oídos una burbuja que se tiende sobre el aire, comienzan los últimos signos de tiempo/espacio a sentirse trémulos y las pupilas se engrosan de brillo.
Es el sentido de la evocación.
Quién sabe cómo evolucionó en cada uno de nosotros... por que será que está aquí, bajo el cráneo atornillado; ¿Será que el precio por el peso del mundo justamente no poder abarcarlo todo? ¿Es algún tipo de consuelo poder recorrer sus rincones, aunque sea, con la mente? ¿Qué sería de la vida sin poder evocar?
Aquello que nos ha pasado por la piel, habiendo dejado caricias, o magulladuras o habiendo desgarrado hasta mutilarla... también aquello que pudo haber sido y nunca logró romper el umbral de la hipótesis, solo para alojar un vacío entre las vitrinas de la alegría, como una espina hecha de hielo; y aquello de lo cual nunca hemos estado seguros, de todas las fantasías, de los recuerdos que ya no pueden discernirse entre rastros de sucesos reales y vestigios de anhelos idos...
Ni bien comienza a despertarse, acuden en estampida, con el brío del cosmos entero: el color de las flores, el rechinar en las bisagras de las puertas del olimpo, los aromas del primer beso, los tiros penales por encima del larguero, el ángulo de las sombras, las hojas que se arremolinan en un jirón de viento, el polvo suspendido en un haz de luz, los hilos de una camisa, un helado de frambuesa, el pie descalzo sobre el piso frío, un atardecer, y otro, y otro más, los bancos en el parque, un puñado de canciones, una caída en la bicicleta, un minúsculo e invaluable tesoro, las charlas con los amigos, el tictac de los relojes, una taza de café con leche, la cama que sirve de refugio ante la pesadilla de la vigilia.
Y mientras tanto... parece ser que el mundo sigue ahí... y en esos 10 segundos de vida hemos visto pasar todo ese tren evocativo... nos hemos vuelto infinitesimalmente más sabios y sensatos y a modo de premio, hemos recorrido mucho, muchísimo más que quien ha permanecido quieto.
Evocación e ilusión son en el fondo una misma cosa, la receta de uno lleva más fe que la de otro, pero el gusto es bastante parecido, gusto a anhelo acaramelado.

Evoco a menudo conoceros algún día...

No obstante, el tiempo, ese mismo tiempo que hacia atrás es tan transparente y a veces cristalino, hacia adelante es tan solo tinieblas con un par de líneas vacilantes, como lo es el túnel del tren.

Es por eso que hasta entonces, allende tanta agua, te guardo con esmero un jirón de viento con hojas de colores, el banco de un parque y unos cuantos rayos empolvados con ese oro que transpira de la tierra.


Quizás... hasta un helado de Frambuesa

¿por qué no?

Te quiero mucho, humano :)