miércoles, 17 de agosto de 2011

Ella nunca pasaría desapercibida.

Una vez más terminó de apagar las luces con la ilusión de apagarse a si mismo y quedar dormido.
Algunos pasos en la oscuridad extendiendo los brazos, palmas hacia adelante para tantear las masas de la penumbra.
Metió su cuerpo bajo la frazada y comprimió la almohada con la cara, pero la mente se le escapó.
Se escapó como un pájaro cuya jaula amanece sin puerta.
Sobre el telón de sus ojos, que se tendía como una niebla uniforme e impenetrable, comenzaba a pintarse un paisaje que nunca se cansaría de recorrer.
Imaginaba vagamente, mitad dormido y mitad despierto, poder caminar por la cabeza de una cierta chica cuyo nombre no era una palabra, sino que más bien parecía estar compuesto de música.
Imaginaba una interminable pradera hecha de sus cabellos, a veces mas lacios, a veces mas crespos, aunque siempre igual de castaños. Un camino recto y frondoso que desembocaba mas allá del horizonte y en el cual el aire, tibio y perfumado, hacía ondear la superficie.
Mientras, con otro ojo, se remontaba a la vez que veía con atención sus labios, gracias a que ese bucle que ella siempre dejaba hacia un costado le otorgaba la facultad de ser invisible.
Recordó, ahora con un remoto casillero de la memoria, aquel instante cuando se vieron a los ojos, el mundo calló por un instante y luego las miradas huyeron al primer lugar disponible, como cervatillos asustados.
Pudo evocar entre las vueltas de su oído algunas palabras que le había oído decir, el sonido de su voz, esas ondas que agitan el aire mientras que ella se expresaba.
Traía nuevamente a la vida su expresión, su lenguaje, sus gestos, su manera de quejarse del mundo (Y que resultaba ser lo más encantador)...

Recordaba todo esto hasta que, con una inmensa felicidad, de alegría casi simiesca; pudo ser consciente de algo escurridizamente cierto: aunque el nombre por el cual la conocía quizás no fuese de todos el más bonito, o que sus labios tuvieran que esforzarse tal vez de más para entregar una sonrisa; que su mirada no fuese demasiado distinta a cualquier otra que cuantas pueden recibirse de parte de quien fuere; e incluso, quizás, que su voz fuese algo más aguda de lo que generalmente estaba dispuesto a aceptar... había una verdad:

Dondequiera que vaya, pase lo que pase... ella nunca pasaría desapercibida.

Sólo un tipo especial de personas puede tolerar darse cuenta de ello y aún así seguir perseverando en la misma dirección.

Casi sin saberlo sonrió.
De algún modo, secretamente escondido entre lo profundo de sus convicciones, descubrió que valdría la pena.