domingo, 11 de marzo de 2012

El tren que rompió el mundo y todo lo que pasó después.

Ultimo fragmento de mirada, y el tren que se aproxima rompiendo el mundo.
Suenan con el trino de tu voz unas últimas palabras, indiscernibles del ruido de fondo, sólo con los ojos, y leyendo cómo se doblan tus labios se logra adivinar que estaban hechas de caramelo, de dulce pulpa de ciruelas, de calor humano. Calor más que humano.
Finalmente nuestras manos se deslizan, rozan hasta desprenderse, tan triste como sólo puede serlo ver romperse un puente, un par de fragmentos que caen al vacío, del río, del tiempo, del silencio.
Finalmente tus pasos cruzan ese umbral móvil, se adentran en una cámara de vapores y de miradas que le son ajenas a todo, un mural viviente que repta y muta, y que al llegar a su destino último se desintegra, disolviéndose en la ciudad.
Mientras tanto, en el mundo que el tren rompió, fui humano, fui mosca, fui un fragmento de deseo hecho materia, fui de barro, argamasa, mármol y finalmente, piedra. Dura y fría piedra.
Pasan miles de años hasta lograr apartar la mirada.
Y es que las piedras, con el tiempo, se vuelven errantes, algo así como los fantasmas.
Me aparto de ese sitio vacío, donde tu aroma todavía perdura, donde quizás con algo de alquimia, la esencia que dejaste batiendo sus alas en ese aire pueda lograr reconstituirte.
A veces, cada tanto, lamento no ser alquimista.
De pronto el sol se apaga, y se hace de noche, y llueve, y hace frío.
Aparecen una escalera y una calle, ni siquiera saben que voy pisándolas.
Me alejo tan petrificadamente como puedo, hace frío, y hay viento, y llueve, y es de noche.
Miro los huecos de mis manos, otrora tan llenos con tu materia; como todo lo que toca lo que es más sagrado, nunca volverán a ser lavadas.
Hace frío, es de noche.
En unos pocos metros transcurre la historia del universo: todos los ruidos de todas las aguas, los abrazos que han roto las tinieblas de un corazón ansioso y postergado, las palabras hechas de caramelo y pulpa de ciruelas, los mosquitos, el césped, el olor a césped, el color del césped.
Hay mosquitos, y llueve.
Brota un suspiro como si una parte mía se declarara independiente y se arranca de mis pulmones, vuelve a entrar otra bocanada, aroma de saliva: mía, o tuya... lo mismo da.
Estás muy lejos, y estás acá.
Y estoy allá, y estás tan cerca.
Y estamos juntos, y ya no estás.
Y estás.

Y hace frío, y llueve, y nieva, y se duerme el mundo, y hay mosquitos, y es cruel verano todavía, y te vas, y nos vamos.

Y te extraño.

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