viernes, 25 de marzo de 2011

Los ojos color castaño

Poder de pronto al día arrancarle la luz, como si de un remover alfileres se tratara, eso sí que puedo hacerlo.
Que sin más que pensarlo las flores evadan sus colores hasta ser cáscaras mustia, eso también.
Dejar opacos al sol, a las estrellas, al cielo con sus nubes, a la filigrana cristalina de la lluvia, al fragor carmesí en el seno de las arterias, todo eso es tan sólo cuestión de capricho, simple e inmediato capricho.
Pues siempre llevo en mi mente los engranes de una máquina que de vez en cuando echa a andar. Y cuando esas piezas se mueven; es entonces que pasa: de golpe, se abre un inmenso abismo, que a todo eso, sin contemplación lo traga, como se pierde una hoja en una catarata, un hueco ajeno a toda medida, más grande aún que las ideas, que las civilizaciones, que los nombres que encontramos para eso que no podemos nombrar; un hueco oscuro y misterioso, colmado hasta la orilla, como un volcán con un silencio puro, un hueco hecho de paz.
Un hueco de cristal.
Esa es la antesala del hueco de tus pupilas.
Recuerdo haberlo visto una vez, atravesado por un rayo de luz, los confines de la realidad y la fantasía comenzaron a fundirse: Alumbrado y resplandeciente el iris, del color de la madre tierra, como una llanura de dulces encajes bañada por un río de oro, y en el centro el abismo hermoso e infinito.
Recuerdo haberlo visto una vez, no en el mundo real por cierto, fue en un recuerdo, en el cual había una foto, dentro de un sueño: recuerdo mirar perplejo e hipnotizado, para de pronto sentirme caer. Caer dentro de esos ojos, barrido por una nueva física, más fuerte y benigna que cuantas otras hubiere, sentir arder la piel y el alma, erosionadas por lo bello de aquel sitio.
Desde entonces fue todo caer, caer hasta disolverse, disolverse hasta desaparecer... desaparecer hasta despertar.
Recuerdo haber mirado al abismo de frente muchas veces, sin que nada más importara, ser aspirado por el vórtice y no ser por un momento más que una boca que, absorta, solo sabe balbucear.
Cuántas veces te he observado andar despreocupada y sin sospechar siquiera que muy dentro del núcleo de esos dos ojos como bellotas, por los que el mundo se anuncia devoto ante tu ser, se esbozan los trazos de fuerzas aún desconocidas, indeciblemente fuertes. Será por eso quizás que a través de allí, y sólo a través de allí el universo hace rotar su eje.

1 comentario:

  1. No sé muy bien como llegué aca, pero agradezco haber podido leer esto.
    Es belleza pura, me encanta como escribís, y lo que escribís.

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